Por su carácter peculiar brinda un conjunto de experiencias únicas, como disfrutar de hipnóticos miradores, caminar por bosques milenarios, patinar por calles angostas dentro de una cesta de mimbre, o nadar en piscinas naturales de agua salada en cualquier momento del año.
Madeira aflora en medio del océano Atlántico formando parte de un archipiélago que lleva su mismo nombre, a unos 900 km de Lisboa. Una joya portuguesa que para muchos viajeros españoles aún está por descubrir. Cuentan que Madeira fue encontrada de casualidad en 1418 por un navío inmerso en una gran tormenta. La avistó el navegante portugués Joao Gonzalves Zarco, que se dirigía en misión hacia África. A su regreso informó del descubrimiento de una isla que no estaba cartografiada. Y en 1420 encabezó una expedición de exploradores, que fueron los primeros humanos que la pisaron. El nombre de la isla se debe a la frondosidad de los bosques que la tapizaban, y el primer asentamiento humano fue Funchal. Aunque históricamente ha sido conocida como la isla de la caña de azúcar, por su ancestral relación con la producción de la misma. Actualmente ha pasado a ser mundialmente conocida como la isla de CR7 o de Cristiano Ronaldo; el hijo pródigo de Madeira. Aunque los románticos, preferimos llamarla la perla del Atlántico.
Madeira ha dejado de ser una isla incomoda para el viajero. Lejos queda cuando para hacer unos pocos kilómetros había que pasar horas al volante. Hoy es fácil moverse por una moderna red de carreteras que perforan la isla como un queso emmental, haciendo que los desplazamientos sean rápidos y cómodos. Por lo que la capital se convierte en el mejor lugar para alojarse, y desde ahí abordar los diferentes atractivos de la isla. Y al mismo tiempo, poder gozar por la noche de la variedad de restaurantes que brinda Funchal y de su animada vida social

Madeira tiene una orografía volcánica que configura paisajes excepcionales, surcados por senderos que dibujan un sin fin de rutas para conocer hasta su último rincón a pie; es un paraíso para los senderistas. La Vereda do Areeiro es una de las más interesantes, transita por las cumbres de la isla sobre mares de nubes encajonados por quebradas imposibles; va del mirador del Pico do Areeiro al Pico Ruivo y es de una dificultad intermedia (7km que se hacen en 3;30h). Los caminos más peculiares son trazados por las levadas. Un sistema de irrigación formado por una amplia red de acequias (levadas) que circulan por el angosto modelado de la isla llevando el agua desde los manantiales, que son fruto fundamentalmente del agua que las hojas de los bosques roban a las nubes, hasta los pueblos y zonas agrícolas. Junto a estas levadas transitan paralelas unas atractivas sendas que conducen al caminante por paisajes magníficos. La preferida de un servidor es la Levada do Rei, que empieza en Aguas Quebradas y termina en el manantial de Sao Jorje, A la mitad del recorrido la levada discurre por plena Laurisilva, el bosque primitivo que cubría toda Europa durante el terciario, formado por especies laureáceas (5 km, que se hacen en 3h). Si no estás en forma, pero no quieres renunciar a dar un paseo por la naturaleza. Es muy recomendable la Vereda dos Balcoes (1,5 km de ida y 1,5 km de vuelta, se hace en 1,30h), este sendero comienza en Ribeiro Frio y transita por la levada da Serra do Faial para terminar en el mirador de Balcoes, con una panorámica brutal sobre la laurisilva.
Casas tradicionales en Santana Pavimento en Largo do Chafariz, Funchal
-Una isla verde
Durante las caminatas te darás cuenta que ésta es una isla muy verde, donde las flores y las frutas cobran su merecido protagonismo; alberga numerosas especies endémicas, y es fácil ver orquídeas o buganvilias. Curiosamente, aún siendo una isla, viven más de la tierra que del mar. Y no es de extrañar, siempre es más de fiar tierra firme que el agresivo Atlántico. Toparás con cultivos de mangos, chirimoyas, aguacates, y por descontado de caña de azúcar, que entre otros productos genera un excelente aguardiente con el que se elabora la bebida más célebre de la isla. La poncha, un combinado que seguramente probarás en más de una ocasión durante el viaje, y que abunda en las tiendas de souvenirs.
Dejando atrás Funchal en dirección oeste se llega a Cámara de Lobos, un relajado pueblo pesquero cuya playa suele estar llena de barcas varadas. Aquí puedes visitar la preciosa capilla de Nuestra Señora de la Concepción. Este pequeño pueblo embrujó a Winston Churchill, que durante sus largas estancias en la isla le fascinaba pintarlo sobre sus acuarelas. Muy cerca se haya el Cabo Giraó, con el acantilado más alto de Europa (580m) y el segundo del mundo, que se puede disfrutar desde un moderno mirador de suelo transparente, que suele quitar el hipo nada más poner un pie en él. A pocos kilómetros también se haya Curral das Freiras. Está ubicado en un valle majestuoso que brinda un paisaje espectacular, que es recomendable observar desde el mirador de Eira do Serrado. Siguiendo hacia el oeste se llega al entrañable pueblo de Ribeira Brava con una iglesia parroquial muy atractiva, que merece la pena visitar.

-Maravillosas playas
La posición geográfica de la isla y su orografía la dotan de un clima suave, con temperaturas medias que oscilan entre los 25ºC en verano y los 17ºC en invierno, que prácticamente invitan al baño y a ir en manga corta a lo largo de todo el año. Para darse un chapuzón resultan ideales las playas solariegas de Ponta do Sol y de la Calheta. Y si lo tuyo es el surf, dicen que los pueblos de Jardim y de Paul do Mar ofrecen las mejores olas de Europa. Yo decido continuar el camino por paisajes monumentales que me recuerdan al Perú, en concreto a las montañas que hay en Machu Picchu. Voy en dirección a Paul da Serra, la mayor meseta de Madeira, que conduce hasta Porto Moniz, donde están ubicadas unas agradables piscinas naturales de agua salada. Están configuradas por formaciones volcánicas, coladas de lava que solidificaron al contactar con el mar. Sin lugar a dudas, el baño más interesante que te puedes dar en toda la isla, con un entorno encantador. En los alrededores se hayan las Grutas de Sao Vicente. Unas cuevas de origen volcánico, donde los amantes de la geomorfología se deleitaran observando grandes tubos volcánicos y formaciones inverosímiles de la lava generadas al enfriarse en el interior de la tierra.
Bacalao con semola. Restaurant DC atelier Mercado dos Lavradores,Funchal
Sin una parada en Santana, no está completa la ruta. Aunque el pueblo carece de interés, alberga varias casas típicas que son todo un emblema y testimonio de lo que un día fue la arquitectura tradicional de la isla. En sus inmediaciones, desde la zona de Queimadas o el restaurante de Quinta do Furao, hay unas sobrecogedoras vistas sobre la costa norte de la isla que no deberías perderte.
Es interesante reservar un día entero para visitar Funchal, aunque lo ideal serian dos para poder disfrutar sin prisas. Aún siendo una ciudad angosta, es manejable y casi todo se puede ver caminando. Quizá la mejor manera de iniciar la visita es acercándose al corazón de la capital. El mercado de Lavradores, donde la vida late con fuerza. Sus puestos de frutas y verduras son muy atractivos; hasta 12 variedades de maracuyá se pueden comprar aquí. En la zona dedicada al pescado abunda el sable, atún y las lapas, productos estrella de la isla, que junto al bacalao configuran casi todos los platos de pescado que brindan los restaurantes. Entorno al mercado tiene lugar el centro histórico de la ciudad, pavimentado con los bellos mosaicos que caracterizan a las ciudades portuguesas. Destaca la Rua de Santa María. Una estrecha calle atestada de buenos restaurantes que la inundan con sus terrazas, generando un ambiente muy acogedor. También te llamará la atención las obras de arte que hay pintadas en las puertas de esta calle; fue un proyecto artístico nacido para renovar un entorno deprimido a iniciativa de Carlos Abreu, director de Turismo de Madeira durante una década. Todo un acierto que ha dotado al centro histórico de un aire más fresco. Muy cerca está la Praça do Municipio, ornamentada con un espectacular mosaico, alberga la Iglesia de San Juan Evangelista y el ayuntamiento, con un patio interior rematado por una fuente preciosa.
Para conocer el oro líquido de Madeira, fruto de las peculiaridades climatológicas y edáficas de la isla, hay que visitar las Bodegas Blady´s Wine Lodge. Donde podremos degustar un vino que ha traspasado fronteras y que se elabora aquí desde hace más de cinco siglos. Los británicos fueron los que comenzaron a exportarlo, dándolo a conocer al mundo. Junto a las bodegas tienes la Sé, el edificio religioso más imponente de la isla. Es de lineas austeras tanto en su interior como exterior, pero destaca la espiritualidad que se respira dentro de ella.

-Monte y sus carros de cesto
Para visitar la zona alta de la ciudad resulta interesante subir en funicular, que ofrece un paseo aéreo de vistas maravillosas sobre Funchal, con el océano al fondo. Después de 9 minutos se llega a Monte, emplazado en una de las laderas de la ciudad. Junto a la salida del funicular se haya el Jardín Botánico de Madeira. Con más de 2.000 plantas exóticas que ocupan 35,000 metros cuadrados en la Quinta Monte Palace, que originariamente fue un hotel. llama poderosamente la atención lo logrado que está el jardín oriental, que en ocasiones roza la perfección. Además alberga un museo, dividido en tres pisos. En el inferior se expone una interesante colección de minerales y gemas, que suele gustar mucho a los niños. Y en el segundo y tercer piso se expone la colección europea más completa de escultura contemporánea de Zimbabue; una grata sorpresa cultural, que te enamorará si te apasiona el arte con mayúsculas.
Para volver al centro de Funchal la manera más rápida y divertida es descender en los típicos carros de cesto. Unos grandes canastos de mimbre que a modo de trineo deslizan sobre el asfalto. Transportan entre dos y tres personas, y descienden conducidos por dos hombres o carreiros, sobre cuestas vertiginosas durante más de 2 kilómetros. Un transporte que nació por necesidad a mediados del siglo XIX, que se ha convertido en una atracción turística que tiene mucho éxito entre los foráneos. Supone uno de los momentos más excitantes del viaje, donde tiene lugar una importante descarga de adrenalina; que es un perfecto broche final para volver a casa con las pilas cargadas, y el alma llena de experiencias inolvidables.