Apenas cuatro horas, que sin duda se harán muy cortas, separan la ciudad peruana de Cuzco y sus edificios coloniales de las mágicas ruinas de la ciudad inca de Machu Picchu, anclada entre cumbres andinas.
El Belmond Hiram Bingham es un lujoso tren considerado por muchos como el mejor de Sudamérica y supone, sin duda alguna, la manera más romántica y cómoda de llegar hasta el yacimiento arqueológico más visitado del continente.
El tren lleva el nombre del explorador estadounidense (1875-1956) que en el año 1911 afirmó haber descubierto los restos de la ciudadela inca de Machu Picchu. Aunque, según se sabe y está contrastado, fue el agricultor cuzqueño Agustín Lizárraga quien realmente llegó primero el 14 de julio de 1902, nueve años antes de que el estadounidense descubriera supuestamente el lugar.

Bingham visitó la zona el 24 de julio de 1911, guiado por un niño campesino, en una expedición financiada por la Nacional Geographic Society y la Universidad de Yale, pero ya era consciente –y así lo escribió en su diario– de que el verdadero descubridor había sido una persona que vivía en el pueblo de San Miguel de nombre Agustín Lizárraga. Agustín tuvo la desgracia de morir ahogado en el río Vilcanota en febrero de 1912, sin poder reclamar su descubrimiento, algo que sí hicieron los americanos y, más concretamente, la Universidad de Yale, apuntándose como propio el hallazgo, además de expoliar más de 4.000 piezas que no fueron devueltas hasta el año 2011, un siglo después.
Lujo y romanticismo en los Andes
Los viajeros del Belmond pueden rememorar esos tiempos pasados subidos a un tren de época donde el lujo y la comodidad son la nota predominante. El convoy cuenta únicamente con cuatro vagones restaurados, de estilo Pullman años 1920, dos habilitados como comedor con 42 asientos, un coche- observatorio y el coche-cocina en el que se preparan las exquisiteces peruanas que degustarán los pasajeros durante el trayecto.
El Hiram Bingham tiene capacidad para transportar a un máximo de 84 pasajeros con elegancia y estilo. Los trenes se fabricaron con los más altos estándares de calidad, equipándolos con asientos tapizados con finas telas, mesas cubiertas con mantelería blanca y acabados en madera chapada oscura y accesorios de latón pulido.
Cuzco, ombligo del mundo.

En Cuzco o Cusco, al que los antiguos pueblos llamaron así: “ombligo de la Tierra”, comienza la aventura andina. Sus calles empedradas llevan al viajero varios siglos atrás, cuando el inca Manco Cápac fundó la ciudad que llegó a ser su capital sagrada, un lugar de culto y peregrinación, el centro de un poderoso imperio donde se organizaron ejércitos de más de cien mil hombres y se levantaron construcciones que todavía hoy en día asombran por su elegancia y perfección. Más adelante fue El Dorado de los conquistadores y gran centro barroco. Sobre los imponentes muros incas, los españoles levantaron palacios, iglesias y conventos. Y en ese mestizaje de Europa y América radica el atractivo y belleza de esta ciudad.
Su corazón es la Plaza de Armas que, según muchos, es la más bonita de toda Sudamérica. Ligeramente inclinada, rodeada de edificios coloniales y con largos soportales que protegen del sol y la lluvia, tiene en su centro un animado parque y, en los laterales, dos principales iglesias: la Catedral y la Compañía, ambas del siglo xvi. La Merced, Santo Domingo, el Palacio Arzobispal, hoy importante museo de arte, son testimonio del esplendor y la huella dejada en estas tierras por la Iglesia. El barrio de San Blas, en la parte alta de la ciudad, antiguo núcleo de artesanos y orfebres del Cuzco inca, sigue manteniendo aquella tradición.
Saliendo de la ciudad y sus alrededores se extiende el precioso valle del río Urubamba, popularmente conocido como el “Valle Sagrado”. Sus mayores encantos son las sublimes ciudadelas incas de Pisac y Ollantaytambo. En Pisac, el domingo se celebra el mercado más colorista del país. Está dividido en dos partes, una en la cual se vende toda clase de frutas, verduras y productos del campo que llegan desde los rincones más lejanos; y otra zona con artesanía regional: tapices, ropas e instrumentos musicales se entremezclan con los trajes tradicionales de los habitantes de las montañas que bajan a comerciar igual que lo hacían sus antepasados hace décadas.
Ollantaytambo, por su parte, aún conserva la estructura que le dieron los incas, quienes construyeron esta fortaleza y el pueblo un poco antes de la llegada de los españoles.

Siguiendo con el colorido como nexo común, se pueden visitar las minas de sal preincas de Maras. De un pequeño riachuelo mana lentamente el agua necesaria para inundar las terrazas de la ladera de la montaña. En poco tiempo, el agua se evapora y se obtiene la sal, que posteriormente se le dará al ganado para compensar su dieta pobre en minerales. No muy lejos está Moray, conocida por sus bancales en terrazas que, según se cree, fueron usados por los incas para experimentar condiciones óptimas de cultivo.
La estación de Poroy
El tren espera a los viajeros en la estación de Poroy, ubicada a tan solo veinte minutos por carretera del centro de Cuzco. Una docena de bailarines de danzas típicas peruanas dan la bienvenida a los pasajeros, mientras las azafatas reparten copas de champán entre los asistentes. Es el preludio de un gran viaje.
A las 9 en punto de la mañana, el jefe de la estación da la señal con una bandera descolorida de color granate y un silbato de sonido metálico, y el tren comienza a deslizarse suavemente por las vías. A bordo, empieza un inolvidable viaje de tres horas y media.
El tren serpentea a través de algunos de los paisajes más impresionantes del valle del río Urubamba, encaramándose poco a poco por las montañas de los Andes. Por la ventanilla se vislumbra un paisaje cambiante por momentos. Los campos de maíz, que tiñen de un color dorado el entorno, dan paso a las montañas escarpadas tupidas de vegetación conforme avanzamos en el camino a la ciudad sagrada.
En el interior del tren todo está cuidado hasta el más mínimo detalle. A las 10 en punto y después de un delicioso pisco sour –la bebida nacional por excelencia– se sirve un apetitoso brunch compuesto por tres platos: primero tamales de maíz con tomates pelados, acompañados de una tortilla de finas hierbas con champiñones y asado de alpaca con compota de saúco. Le siguen deliciosos canelones de espinacas, y de postre, una mousse de pastel de queso bañada con chocolate.

El Camino Real
Todo se sirve con amabilidad y un trato más que exquisito. Algunos vagones disponen de amplias ventanillas para vislumbrar mejor el increíble paisaje. Los guías del tren avisan a los pasajeros de que, a la izquierda, comienza el legendario Camino del Inca y es posible ver a algunos excursionistas iniciarlo con toda la ilusión.
El Camino pertenece a una compleja red viaria construida por distintas civilizaciones anteriores a los incas, pero completada y organizada por estos. El trecho de Cápac Ñam (Camino Real) era un camino secreto solo conocido por la nobleza y algunos elegidos.
Como las civilizaciones andinas no usaban ruedas –imposible rodar por semejante orografía–, diversas escaleras y puentes salvan montañas y precipicios. A tramos está sostenido por muros que alcanzan los 4 m de altura e incluso atraviesa un túnel de 5 m que se hizo agrandando una hendidura natural de la montaña.
Volviendo a nuestro exclusivo tren, en el bar y el coche de observación toca una banda de músicos. Se sirven cervezas locales, el vino espumoso peruano y el famoso pisco sour, sobre el cual todavía sobrevuela la discusión sobre su origen, peruano o chileno. Lo que es seguro es que las bebidas ayudarán a apaciguar el soroche o mal agudo de montaña (conocido como mal de altura), pues Machu Picchu se encuentra a 2.430 m de altitud.
A las 12.30 h el tren se enfila por la estación de Aguas Calientes, llegando al final de un recorrido que muchos quisieran que hubiese durado un poco más.

El refugio de los incas
Machu Picchu Pueblo (o Aguas Calientes) está situado en el fondo de un estrecho valle, entre las paredes verticales de los montes y el río. En realidad es un núcleo de servicios, compuesto por hoteles, restaurantes, mercadillos, baños termales y la estación de ferrocarril. La línea férrea antes continuaba hasta Vilcabamba, pero un huaico –aluvión que arrastra rocas, lodo y agua– enterró los raíles y no fue reconstruida.
Desde la estación salen los autobuses que en media hora llegan hasta la ciudad inca. Cerca del yacimiento hay solo un hotel, Hotel Machu Picchu Santuary Lodge, propiedad también, a igual que el tren, de la compañía Belmond. Un lugar de gusto refinado pero cuyo mayor atractivo consiste en que, pernoctar en él permite visitar sin turistas la zona monumental, al salir el sol o al atardecer, que son, sin duda, los mejores momentos.
Machu Picchu, nombre que significa “Montaña Vieja”, luce imponente en medio de un grupo de verdes elevaciones situadas en una zona semitropical de elevada temperatura, mientras su belleza acaricia los sentidos de los visitantes y sus misterios continúan originando preguntas sin respuesta. El lugar está densamente arbolado y esta es, aparentemente, una de las razones por las que Machu Picchu permaneció intacto durante la conquista.
La ciudad perdida está considerada una de las maravillas del mundo y el gran desconocimiento de su origen la envuelve en un halo de fascinación. Algunos mitos y leyendas se refieren a ella como un centro religioso de educación a las “ñustas” (vírgenes), debido a la cantidad de restos óseos femeninos encontrados en el yacimiento. Otra de las teorías es que era un lugar donde se hacían estudios astronómicos, dada la posición de sus edificaciones siguiendo algunos astros. Otra interpretación es que quizá fuera el último refugio de los incas, aunque esta última teoría, más romántica, se ha descartado por errónea.

Visita a la ciudadela
Un guía acompaña a los pasajeros en todo momento narrando anécdotas del lugar y reconstruyendo con palabras el esplendor del Imperio inca. La ciudadela, donde se encontraron numerosos restos humanos, está formada por palacios, templos, algunas viviendas y almacenes o graneros, pero sobre todo edificios con clara función ceremonial o religiosa.
Se visitan algunas de las edificaciones que se cree que fueron habitadas por la realeza y otras, con paredes menos gruesas y con menos adornos, donde habitaban los plebeyos. Llama la atención el Templo del Sol, construcción semicircular que tiene la peculiaridad de que dos de sus ventanas enfocan a puntos diferentes del horizonte de tal forma que en el solsticio de invierno y el de verano inciden de forma directa los rayos del sol.
La agresiva y desigual pendiente se transforma en una superficie escalonada con terrazas totalmente horizontales y planas, que cubren los desniveles de las laderas y cuyas curvas redibujan con líneas firmes los perfiles de la montaña. Son ideales para las plantaciones. Aquí se cultivaba maíz y coca, además de orquídeas de diversos colores. Solamente existía una puerta para acceder al recinto, un pórtico trapezoidal cuyos cerrojos de piedra todavía son visibles desde la parte interior.

Retorno a Cuzco
Después de la visita, hay tiempo libre y la mayoría de los viajeros decide tomar algo en el Hotel Machu Picchu Santuary Lodge. Su Restaurante Bufé Tinkuy, ubicado en un lugar preferente del hotel ofrece diariamente almuerzo bufé y está abierto al público en general. Otra opción es el Bar Restaurante Tampu, con moderna decoración andina. También existe un snack-bar, El Mirador, con una estupenda ubicación, ya que está al lado del ingreso a la ciudadela.
A las 16 h, los viajeros se reúnen de nuevo para tomar una taza de té y volver al tren que los llevará de regreso a la ciudad de Cuzco. A bordo les espera una excelente y completa cena y un brindis con pisco para recordar este viaje tan especial.