Ríos llenos de vida, trekkings en elefante, ciudades milenarias escondidas entre tupidas selvas, templos sagrados erigiéndose hasta el cielo que han sobrevivido al paso del tiempo y las guerras, y que hoy en día conforman un universo donde la realidad se funde con la divinidad.
Muchos viajeros eligen este lugar como extensión a un viaje al vecino Vietnam, una elección insuficiente para descubrir todos los encantos que esconde un país todavía muy desconocido en los catálogos de turismo, y que muy lentamente comienza a emerger, después de un pasado cruel y difícil de olvidar. Sólo las ruinas de Angkor merecen como mínimo una semana entera para poderlas apreciar en todo su contexto.
ANGKOR WAT, EL TEMPLO MAS EMBLEMÁTICO.
Todavía es de noche, son las cinco de la mañana y la luna llena nos guía en lo que será mi primera incursión por las ruinas. El camino que lleva a Angkor es de una belleza indescriptible, sus árboles, altos, verdes y frondosos parece que quieran abrazar la carretera. El conductor me deja en la entrada. Una pasarela me lleva a la puerta principal que pasa por encima del lago artificial que rodea a Angkor Wat. Podría utilizar muchos adjetivos para describir este momento, pero solamente los que han estado aquí saben lo asombroso que resulta ir caminando prácticamente a oscuras hacia la majestuosidad del interior del templo. Durante la primera hora y hasta la salida del sol estoy prácticamente solo, y con mi linterna en mano me siento como el explorador francés Henri Mouhot, que allá por los años 1860, descubrió éste y otros templos casi devorados por la madre naturaleza. En la parte posterior del templo, unas escaleras estrechas y empinadas hasta el cielo te invitan a verlo desde las alturas, eso sí, con mucho cuidado. Un cartel “at your own risk”, te advierte de la peligrosidad del lugar ya que casi no existe ninguna barandilla ni protección. El sol comienza a despuntar ligeramente por el horizonte y mi cámara no deja de tomar fotografías del momento. En estos instantes puedo vanagloriarme de haber decidido hacerle caso omiso a Mr Ros Vina, mi chofer del tuc-tuc, el cual, siguiendo las recomendaciones de una prestigiosa guía de viaje, intentaba convencerme de cuales eran los templos que debía visitar en cada momento del día. El resultado es completamente diferente. Templos como el de Angkor Wat, en el que a primera hora de la mañana es posible sentir lo que significa ser Indiana Jones en primera persona, pueden contraponerse a un hormigueo de gente digno del primer día de rebajas en unos grandes almacenes, si decides hacerlo a última hora de la tarde.

Prosigo mi recorrido por el templo que para muchos es el tesoro arqueológico más importante del mundo. Fue edificado para ser dedicado a la Deidad hindú Vishnu por el rey Suryavarman II, que reinó entre 1113 y 1150. Para levantar este santuario hicieron falta 30 años. Su extensión de casi 850.000 metros cuadrados ilustra algunos de los ejemplos más sublimes del arte hindú y jemer.
BAYON, UN TESORO CON CIENTOS DE CARAS.
Llego a Bayon, entre la niebla de primera hora de la mañana, cuando incluso los pájaros respetan ese silencio abrumador. Me acompañan, Seyha y Ankau Sei, dos monjes budistas que había conocido el día anterior en las ruinas de Angkor Wat y que intentan explicarme la simbología de unos de los más misteriosos templos de la cultura Khmer. Según Seyha sus torres de cuatro caras simbolizan las diferentes actitudes del budismo: la compasión, la caridad, la simpatía y la ecuanimidad; aunque no hay nada del todo cierto y todavía en la actualidad se discute de su simbología. Su construcción data del reinado del Rey Jayavarman VII (1181-1201, siendo su ubicación el centro exacto de Agkor Thom lo que le convierte en uno de los más venerados. Paseamos por su interior. Su belleza es indescriptible y su realismo inaudito. Mires hacia donde mires siempre hay una cara que parece que te persigue con su mirada. En realidad son exactamente 49 torres caracterizadas por sus enormes caras sonrientes y orientadas hacia los cuatro puntos cardinales, a lo que hay que sumarles los 1200 metros de bajo relieves en las paredes exteriores que describen escenas cotidianas de antaño. Me acerco a lo que parecen ser dos personas de carne y hueso y descubro a dos estudiantes de artes escénicas ataviados para la ocasión a la espera del turista que desee invertir alguna moneda para contemplar un baile apsara. Un momento digno de recordar para siempre.

Templo de Bayon
TA PROHM, SIENTETE ANGELINA JOLIE.
Ta Prohm está prácticamente en el mismo estado que lo encontraron los franceses en el siglo XIX. Las raíces de los árboles parecen estar estrangulando las edificaciones, como queriendo preservarlas de cualquier fatalidad. Es la simbiosis más grande que jamás he conocido entre el hombre y la naturaleza. Cuentan que es la versión diminuta de Angkor Thom y que fue construida por el Rey Jayavarman VII (1181-1201). El paso del tiempo y el poder de la exuberante vegetación tropical sin duda le han pasado factura. Algunos de sus árboles cuentan con más de trescientos años de vida y resulta asombroso ver como sus raíces se cuelan por una ventana y vuelven a salir por una puerta.
Mis amigos los monjes siguen acompañándome, para ellos utilizar el único día libre que tienen cada quince días en practicar el inglés con un extranjero es un placer. Les explico todo lo relacionado con el videojuego, la heroína Lara Croft y la posterior puesta en escena de Angelina Jolie, pero sus caras son dignas de un cuadro, parece que les esté hablando en chino.
No sentamos en unas piedras cercanas y contemplamos el ir y venir de la gente. El asombro es la tónica general en las caras de los visitantes que no dudan ni un solo momento en escalar por las ruinas para conseguir una foto lo más aventurera posible, sin importarles en absoluto las repercusiones de su deplorable comportamiento.

KABAL SPEAN Y OTROS TEMPLOS NO MENOS IMPORTANTES.
El hecho de estar una semana me permite poder visitar templos algo más alejados, como es el caso de Banteay Srei y de Kabal Spean situados a 32 y 50 kilómetros respectivamente del centro de Siem Reap. Decido visitar primero Kabal Spean y en el camino de vuelta hacer un receso en Banteay Srei. Verdes campos de arroz y pequeños estanques de agua que los niños utilizan para jugar con los bueyes, mientras sus padres recogen el arroz plantado meses atrás.
Mr Vina me deja en el parking, y después de un pequeño trekking de una media hora llego al lecho fluvial. Aquí los artistas jemeres esculpieron en las piedras toda una serie de divinidades con el fin de consagrar las aguas que llegaban a la ciudad representando al sagrado río Ganges. Ya de vuelta al hotel, y con el sol fustigándonos el semblante, hacemos una parada en Banteay Srei. Una niña se acerca a mí para regalarme una hermosa flor. Según cuentan, la delegación suiza que visitó este templo por primera vez después de la Guerra del Vietnam, quedó impresionada por la fineza de sus monumentos. Se le llama también “Ciudadela de las mujeres”, y fue construido en el año 967 por Jayavarman V. Sus paredes de piedra rosada están decoradas con tallas y relieves considerados entre los mejores de Angkor.
Termino mi ruta por monumentos quizás menos nombrados, pero no menos bellos como la Terraza de los Elefantes, Preah Khan, Preah Neak Pean, Ta son, y, por supuesto, todo el complejo del área de Angkor Thom.

Campos de arroz en Banteay Srei
DESDE EL LAGO TONLÉ SAP AL RIO SANGKER Y SUS CASAS FLOTANTES.
Dejamos atrás los templos de Angkor y dirigimos nuestros pasos hacia Battambang a través del Lago Tonlé Sap. Considerado como la extensión de agua dulce más grande de todo el sudeéste asiático, este río y su lago, son la convergencia entre el ser humano y la naturaleza, y, además, representan una verdadera autopista acuática que cada día utilizan miles de foráneos y locales para serpentear sus aguas cobrizas. El río Tonlé Sap recoge las gélidas aguas de las zonas montañosas del norte del país para posteriormente entremezclarse con el rió Mekong en los alrededores de la capital camboyana. Tiene una extensión de 2590 kilómetros cuadrados en la época seca, y puede llegar a los 24600 durante las lluvias, representando la mayor extensión de agua dulce de todo el sudeste asiático.
Tonlé significa, en el idioma jemer, el lago del agua fresca, quizás sea porque es, desde el lago que lleva el mismo nombre, donde nace este río. Está declarado como zona de protección de la biosfera por la UNESCO desde 1997. Representa un recurso fundamental para la economía del país por su valor en la pesca y la agricultura, pero además, representa una vía de comunicación rápida y accesible a muchas regiones remotas o mal comunicadas.
A las siete de la mañana, y con una puntualidad suiza, parte la barquichuela cargada con unas veinte personas entre turistas y locales rumbo a Battambang. El sol acaba de despuntar y comienza a desdibujar en nuestro recorrido por el Lago Tonlé. Al llegar a la confluencia del Río Sangker, las casas comienzan a verse a uno y a otro lado de la orilla. En algunas ocasiones el río se transforma en un canal angosto en el que a duras penas se puede maniobrar la barca, lo cual complica mucho las cosas cuando nos encontramos embarcaciones de cara. Decido acompañar a algunos de los turistas que han optado por hacer el viaje en el techo de la embarcación. Desde aquí encima, las vistas son todavía más impresionantes, pero el sol hace estragos y resulta casi imposible resistir sus casi cuarenta grados. El recorrido dura unas seis horas, de las cuales, la parte más bella es cuando el Río Sangker está apunto de desembocar en el Lago Tonlé y nos entremezclamos entre las casas flotantes.

Kampong Bay
BATTAMBANG, LA SEGUNDA CIUDAD MÁS IMPORTANTE DE CAMBOYA.
Battambang es considerada como la segunda ciudad más grande e importante de Camboya, además de ser primordial comercialmente hablando, gracias a su proximidad con Tailandia, lo es por sus vías de comunicación: aérea, por carretera, férrea y fluvial. Me instalo en el Hotel y comienzo a deambular por la ciudad en busca de los numerosos templos que habitan en esta villa. El primero que se cruza en mi camino es el Wat Kampheng. Este templo de la época angkoriana es muy diferente a los otros templos budistas que había visto hasta el momento. El recinto, si bien tiene una parte central en la cual alberga el templo, está rodeado de viviendas donde, en una parte habitan los monjes masculinos, y otra las monjas. La mayoría son jóvenes, o por lo menos lo son los que salen a mi encuentro para practicar el inglés. Hablamos un poco de todo, yo quería saber como era la vida en el interior del templo y ellos querían saber si se vivía tan bien en Europa como ellos mismos creían. El que más hablaba me cuenta que se había hecho religioso porque su familia no tenía muchos recursos y era la única manera de poder sufragar el importante coste de los estudios. Tenía veintidós años recién cumplidos, y llevaba siete de monje, y para él, otro de los motivos importantes que le habían hecho decantar la balanza, era que ser monje implicaba ser buena persona y al mismo tiempo respetada por el resto de la población. Nos despedimos y decido saciar el hambre antes de visitar otros dos templos importantes, el de Wat Sangker y el de Wat Kandal. Además de los templos esta ciudad tiene otros encantos como por ejemplo, la arquitectura colonial de la mayoría de tiendas que se apelotonan a orillas de río, una visita a la casa del Gobernador, y el mercado nocturno de Psar Nat.

Fachada del Paracio Real, Phnom Penh
PHNOM PENH, LA CAPITAL JEMER.
Lo primero que me llama la atención de la capital camboyana, son los contrastes. Edificaciones modernas y cosmopolitas se entremezclan con edificios coloniales de la época francesa; coches de lujo comparten la carretera con autenticas chatarras, y personas trajeadas se cruzan con los fantasmas de una guerra que jamás tuvo que ocurrir.
El edificio más importante y a la misma vez más hermoso de esta urbe, es el Complejo del Palacio Real, en cuyo interior se encuentra la Pagoda de Plata. En el exterior, contemplo durante un buen rato el ir y venir de la gente. Algunos aprovechan para jugar un partido de fútbol antes de acudir al trabajo, otros realizan una especie de tai-chi de manera totalmente arbitraria y desincronizada, también los hay que venden flores frescas y otros que simplemente se dedican a observar a los demás. Las paredes del edificio son de una tonalidad amarilla ocre que contrasta fuertemente con el azul del cielo. Desde el interior, la belleza de este complejo todavía es más abrumadora. La torre central más elevada, de 59 metros de altura, está inspirada en el templo Bayon de Angkor y fue inaugurada por el Rey Sisowath en 1919. La pagoda de plata debe su nombre a las más de 5000 baldosas de plata que cubren su suelo. A pocos metros al norte del Palacio Real, se encuentra el Museo Nacional, que fue construido entre 1917 y 1920, y que alberga la mejor colección de arte jemer que se puede admirar conjuntamente. Destaca sobretodo la estatua de ocho brazos de Vishnu del siglo VI, la estatua de Shiva y la gloriosa estatua del rey Jayavarman VII sentado.

Hay otro Phnom Penh quizás menos turístico pero que creo que es necesario visitar para poder comprender el país. La primera parada son los “Killing Fields of Choeung Ek”. Situado a unos quince kilómetros de la capital, este lugar es una especie de monumento donde se guardan unas 8.000 calaveras y ropa perteneciente a las más de 17.000 personas, incluidos niños, que fueron brutalmente asesinados a manos de Pol Pot y sus jemeres rojos. Este genocidio silenciado, y que como muchos otros, se podría haber evitado, costó alrededor de dos millones de víctimas en la década de los setenta. La segunda parada, y no menos importante es la del Museo-escuela de Tuol Sleng. Se trata de una escuela de secundaria que Pol Pot convirtió en una prisión de seguridad conocida como el S-21. El museo, conservado en el mismo estado en el que lo abandonaron los jemeres rojos, refleja el estado tétrico de las celdas y los testimonios desoladores de algunas de las más de 10.000 víctimas que pasaron por allí.
Decido terminar el viaje en el Este de Camboya con una de las experiencias más inolvidables, un trekking en elefante. Aislada hasta hace muy poco del mundo exterior, esta tierra salvaje e indomable del oriente camboyano ofrece las aventuras más auténticas que uno puede desear. Desde trekkings en paquidermo hasta paseos en barca para observar los delfines de agua dulce que habitan en el río Mekong.